El pasado 15 de noviembre nos reuníamos en Ripollet para presentar los libros de Benjamín Villegas y Sergio Albarracín. José María Zambrana era el encargado de introducirnos en el texto del segundo, y lo hizo así de bien (al momento nos encontramos ante el mc Sr. Zambrana por el flow que adquirieron sus palabras):
- Una desbordante creatividad
- Un léxico depurado y cargado de referencias; propio de un asiduo lector, de un analista que en su laboratorio interno disecciona cualquier pequeño momento por simple que parezca y le otorga esa importancia absoluta que tienen los detalles. El todo es un conjunto de detalles.
- Una tremenda capacidad para crear canciones que no sólo escuchas y sientes, sino que visualizas; plasma imágenes, capta instantáneas; que hacen que cada una de sus canciones se convierta en un pequeño relato.
Y tras leer su libro, te das cuenta que ésta vena literaria; no es flor de un día. Al igual que pasa con la música y con cualquier otra faceta artística; primero existe el talento, pero luego (y sobretodo) existe el entreno, el machaque, el ensayo y error... y yo conocía la faceta de Elphomega desde hacía años; pero es muy obvio que también existía esta vertiente de "Sergio Albarracín escritor", a tenor del resultado.
Me considero un lector, un buen lector; siempre procuro tener un libro sobre la mesita de noche de la misma forma que siempre procuro llevar un disco en el coche, pero tampoco soy una librería andante; y no puedo decir a ciencia cierta después de leer un libro qué referencias o influencias literarias tiene el autor. Pero Sergio muestra lo mismo que Elphomega en ese sentido: y es que resulta difícil pillar sus influencias. Y después de leer el libro ya tengo muy claro el porqué: su personalidad las coge, las ahoga y las descuartiza en trozos diminutos, las mete en bolsas de basura y las va esparciendo por mil puntos y emplazamientos; de modo que jamás puedes llegar a saber quién ha sido la víctima.
El libro; más que referentes literarios me ha mostrado referentes cinéfilos, otra gran pasión del autor que ambos compartimos. Hemos sido ratas de videoclub. Y de entre la basta amalgama de cintas que poblaban las estanterías (cuando las estanterías estaban pobladas, cuando había estanterías), creo que ambos sentíamos predilección por las cintas de terror. Y el libro está cargado de terror. Pero del mal llamado terror psicólogico, que para mí es el terror verdadero. Porque aquí no hay fuerzas ocultas, no hay sustos producidos por el súbito timbrazo de turno. Aquí no hay monstruos, no hay zombis; no hay ninguno de esos atroces personajes todo maquillaje y efectos especiales que sólo con verlo ya hueles el peligro a distancia ("a ver, yo diría que este tipo con colmillos de tiburón blanco, babeo de bulldog, corpulencia de oso y rugido de león; no viene a pedirme fuego").
El peligro está cuando no lo hueles, cuando no lo ves venir. El peligro está en ese surfista mojabragas de cuerpo perfectamente esculpido (cual Patrick Bateman de los océanos, pero con becaria). El peligro está en ese niño bueno sumergido en su mundo propio al que poco a poco lo van arrastrando hasta el mundo verdadero, y decide aplicar una severa Ley de Talión contra el robo de su inocencia; con los traumas que ello conlleva (cual John Cusack, Ray Liotta y ocho personajes más perdidos en un motel en medio de la nada). El peligro está en el interior de una lujosa mansión llena de gente desconocida que te invita amablemente a formar parte de su mesa, haciéndote sentir como Mia Farrow en Rosemary's Baby. El peligro está en nosotros.
Nosotros, como seres individuales, que somos impredecibles; que somos una montaña rusa emocional; un laberinto de traumas sin resolver y otros tantos problemas que falsamente nos gusta hacer creer que tenemos superados. Nosotros, como grupo, como manada de depredadores que en vez de enseñar las garras mostramos una amable sonrisa y te invitamos a pasar y a comer pastitas, y te decimos lo majo que eres y lo bien que nos caes. El peligro no está en el inframundo; el peligro está cada vez que cruzas la alfombra de la entrada de casa y sales de tu escondite; y en el peor de los casos está cuando la cruzas en dirección contraria mientras la alfombra se mofa de ti y te enseña unas desgastadas y polvorientas letras de fibra anaranjada “Bienvenido a casa”.
No somos más que un conjunto de líquidos y sólidos que entran y líquidos y sólidos que salen, alimentados por el morbo. El peligro está en nosotros porque los actos de maldad nos atraen más que las buenas acciones, porque jamás vemos a gente agolpada observando un acto de caridad; sin embargo nos vemos atraídos sin remedio hacia lo escabroso. Y la frase “Váyanse a casa, aquí no hay nada que ver” es una invitación en toda regla a asomar la cabeza entre el gentío e intentar cazar con la mirada (eso sí, tapada parcialmente con algún dedo que personifique nuestra falsa moral) algún atisbo de sangre, vísceras o una porción de tiza blanca en el suelo.
Y nos agolpamos… Nos agolpamos para leer historias como las que cuenta Sergio. Él lo sabe; y yo me he sentido totalmente atraído por ellas haciendo caso omiso del título".
José Mª Zambrana (Sr. Zambrana) Ripollet, 15 de noviembre de 2013
http://srzambrana.blogspot.com.es/
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